El Superclásico y un reflejo de lo que pasa en el fútbol argentino: se juega a no perder

En la Liga Profesional no hay equipos que puedan sostener la idea de jugar para ganar. Las urgencias hacen que en los momentos clave se juegue a no perder.

Hay varias sentencias que definen perfectamente al fútbol argentino. Una de ellas es que cualquiera le gana a cualquiera. Y esto nos lleva a otra frase: los campeonatos son más peleados que en ninguna otra parte del mundo. Y ahí decanta la tercera: la emoción que transmite la tabla de posiciones, pocas veces se transfiere al campo, en donde la mayoría de los partidos son aburridos, reñidos, chatos y sin vocación ofensiva. Hay una premisa que tiene presos a los jugadores, a los entrenadores y hasta a los dirigentes: no se juega a ganar, sino a no perder; y por esos salen los partidos aburridísimos que tenemos que padecer.

El Boca 1-River 0 no escapó a esa lógica. Incluso no pudo abstraerse de ese dilema un entrenador con espaldas como Marcelo Gallardo, al que ganar o perder un clásico no le cambia la ecuación. Para Gallardo, el hecho de caer en la Bombonera, no implica nada más que eso: perder en la Bombonera. Para Ibarra, en cambio, una derrota en el Superclásico hubiera desembocado en otra crisis por lo se puede entender un poco más la postura «amarreta» con que encaró el partido.

Para ya para meternos en el Superclásico y tratar de dar algún argumento que sostenga el 1-0 favorable a Boca, hay que entender que los dos, Boca y River, salieron a la cancha con la idea de empatar. Es más, si antes de comenzar ambos entrenadores hubieran podido firmar un contrato para dividir un punto para cada uno, no tenemos dudas de que lo hubieran hecho. Lo confirma la manera en que jugaron y la falta de voluntad para ir a buscar el resultado más allá de que alguna circunstancia aislada, como ocurrió con el cocazo de Benedetto, le dio el premio a uno de los dos.

Ahora se llenarán páginas y páginas hablando del error en la decisión táctica de Gallardo y de los aciertos estratégicos de Ibarra pero todo será sanata. Ninguno de los dos salió a ganar y Boca se quedó con el resultado porque acertó en una pelota parada, como también lo pudo hacer River en el primer tiempo con el cabezazo de Mammana que detuvo Rossi. El partido se definió tal como lo pedía el juego tosco de los dos: por un detalle. El resto, es hablar al cohete. Y es tan repetido ese hablar al cohete en el post que ya aburre tanto como el partido mismo.

Gallardo dijo que puso cinco defensores porque quería sorprender por afuera con los laterales y mantener una línea de tres, cuando ambos pasaran al ataque. Eso jamás pasó. Ni Herrera ni Casco fueron esos pistones que dijo Gallardo que deseaba. Por el lado de Boca, tampoco hubo grandes aciertos. Apenas esa pelota que le quedó a Pol Fernández en una jugada azarosa después de un rebote antes del gol y otra que Benedetto resolvió en forma magnífica para dejarlo bien pisado a Pol que la terminó tirando a la tribuna. Tres acercamientos al área rival; un gol. Y esta pobreza franciscana parece suficiente para quedarse con los tres puntos.

River buscó el empate al quedar abajo en el marcador, pero jamás tuvo la creatividad para quebrar la trinchera que armó Ibarra con el ingreso de Zambrano para defender la ventaja. Nada nuevo bajo el sol. Ninguna innovación táctica para sorprender, ni de uno ni de otro. En definitiva, un partido en el que Boca sólo festeja el resultado (no es poco, también hay que decirlo) y River nada. Y los que vimos el partido sólo podemos hacer reflexiones sobre el 1-0 y no de la propuesta que fue tímida, temerosa y, básicamente, aburridísima. Cómo fue el partido. Hablamos de resultados pero nunca podemos divertirnos haciéndolo del juego.

Alguien dirá que hay cierto dejo de mal humor en esta columna. Y es cierto. Lo que para muchos es virtud, para quien firma esta columna es carencia. Que después de 19 fechas tengamos 14 equipos con posibilidad de salir campeón no marca lo emocionante que es el fútbol argentino. No.

Marca lo pobre que es. Lo mal que se juega. La incapacidad de jugadores y entrenador de dar un salto de calidad en la propuesta. Lo decíamos antes: si no lo hizo Gallardo ante Boca, con las espaldas que tiene, ¿qué se puede esperar de los otros técnicos que penden de un hilo por un buen o mal resultado? Nada. Sólo se demuestra el miedo a perder. O sea, un embole.

Repasemos algunos resultados del fin de semana para que los datos aporten cierto soporte a la opinión:
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Atlético Tucumán, el puntero con 34 puntos, empató con San Lorenzo después de llegar al arco rival una sola vez. Eficacia del cien por ciento. El resto del partido, un espanto.
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Gimnasia (33 puntos) fue a buscar el empate a Rosario y perdió 2-0. Sólo pateó al arco rival dos veces: una de Alemán y otra de Soldano. ¡Uf!
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Huracán (32) mostró poco y nada contra Tigre. Ganas y empuje al principio. Y conformismo al final.
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Boca (32) ya fue dicho. Ganó porque acertó en una pelota parada. De juego asociado, nada.
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Godoy Cruz (31) perdió 3-0 con Central Córdoba, que está tratando de no descender. Y pudo caer 6-0. Sólo se acercó hasta el arco rival con dos cabezazos luego de dos pelotas paradas.
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Argentinos (30) le ganó 2-1 a Central sin sobrarle nada.
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River (29) fue a buscar el empate a la Bombonera o el azar de alguna pelota parada. Le salió mal. No sólo no la encontró a favor, sino que la padeció en contra.
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Racing (28) perdió 1-0 con Estudiantes después de llegar dos veces hasta el arco adversario: un cabezazo fallido de Alcaraz y un remate desde 25 metros también de Alcaraz.
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Patronato (27). Es curiosa la situación del equipo de Facundo Sava. Está metido entre los de arriba, pero pelea por no descender. No suma para salir campeón, sino que lo hace para salir del descenso. Y entonces busca ganar con desesperación, pero no para obtener el título, sino que para escapar de lo que el mundo considera un mal mayor: bajar de categoría. ¿Cómo puede ser que Patronato sea el único equipo voraz del torneo por una razón que no está enfocada en la búsqueda de la gloria? Cosas del fútbol argentino.
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San Lorenzo (26) es un caso de diván. El equipo de Boedo venía del infierno por lo que ahora agradece el purgatorio. Y el torneo es eso: una espera enfermiza del futuro. Ganó 5, empató 11 y perdió 2. Y es uno de los equipos con menos ambición ofensiva del torneo. El gran talento de San Lorenzo es hacer dormir a todos: a sus rivales y a sus hinchas. Me incluyo en este último grupo.
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Platense (26) perdió con Patronato en un partido que salió a aguantar. Lo perdió con un hombre más en la cancha, cuando su rival se había quedado con 10 futbolistas por la expulsión de Estigarribia.
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Newell’s (26) no tenía nada para perder y así jugó: como un equipo que no tiene nada para perder. Fue de lo mejorcito de la fecha. No recordemos que cuando estaba puntero, no hace demasiado cayó en la misma que el resto: el miedo a perder que lo hizo perder. Parece un chiste pero fue así.
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Estudiantes (26) está en la misma situación de Newell’s. Nada para perder y juego sin presiones. Y hace valer esa condición. También fue de lo mejor de la fecha.
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Unión (26 puntos, pero con un partido menos por lo que podría llegar a 29) venció a Sarmiento sin entregar demasiado. Es más, el empate hubiera sido lo más justo.
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De 14 equipos que en teoría quieren dar la vuelta olímpica, sólo ganaron los que remontan desde atrás y Boca y Argentinos que están un poco más arriba. Todo en un tono gris, como si los partidos fueran en blanco y negro. Esa es la realidad del fútbol doméstico. ¿Hay razones? Claro que sí. Los mejores jugadores se van pronto al exterior a buscar dólares. Pero no es excusa, porque aún en un escalón de calidad más bajo, la actitud podría ser otra. Si el miedo no fuera tan paralizante y tan poco estimulante.

Fuente: NA

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