Se trata de la enfermedad crónica más frecuente en la infancia y expertos sostienen que el mecanismo subyacente es la inflamación de tipo 2, un proceso inflamatorio presente en hasta el 85% de los casos de asma pediátrica.
El asma es una enfermedad de las vías respiratorias que puede aparecer a cualquier edad, pero es más frecuente en niños (afecta a más del 10%) y en personas con antecedentes personales o familiares de alergia. Sus manifestaciones varían de persona a persona y pueden cambiar en un mismo paciente a lo largo de su vida, pero se caracteriza por síntomas como tos, dificultad respiratoria (disnea), sensación de pecho cerrado u oprimido y silbidos (sibilancias) en el pecho.
“Como sucede con muchas otras enfermedades crónicas, el asma no se cura, pero sí puede obtenerse un óptimo control, lo cual es clave para llevar buena calidad de vida. Las personas con asma pueden llevar una vida normal, incluso en los casos más severos, por lo que siempre va a ser importante contar con un adecuado diagnóstico, que considere también el origen del asma, los factores desencadenantes y la gravedad del cuadro, además de la adherencia al tratamiento determinado por el profesional de la salud tratante”, explicó el Dr. Jorge Máspero, médico especialista en Alergia e Inmunología Clínica, Director Médico de Fundación CIDEA.
Los siguientes son los factores que es necesario tener en cuenta para comprender en forma integral si se está ante un cuadro de asma y determinar cómo se presenta en cada paciente, para prevenir complicaciones y controlar mejor la enfermedad.
1. Síntomas y gravedad de los episodios: es necesario establecer el modo en que se presentan, tanto en su inicio como en su desarrollo, duración, intensidad, variación horaria y patrón (constante o estacional); frecuencia, asistencia a la guardia, hospitalizaciones, necesidad y respuesta a la medicación.
“Uno de los grandes objetivos del manejo del asma, sobre todo en los casos graves, es la prevención de exacerbaciones, que son los cuadros que requieren atención médica, muchas veces de urgencia. El reconocimiento precoz de la aparición de síntomas y su empeoramiento por parte del paciente y su familia permitirá intervenciones terapéuticas tempranas, evitar la progresión de la crisis y reducir la posibilidad de internaciones”, puntualizó la Dra. Verónica Giubergia, médica pediatra neumonóloga del Hospital Garrahan.
2. Desarrollo de la enfermedad: se relaciona con la edad de inicio, carácter progresivo o no, diagnósticos y tratamientos previos y actuales.
“El diagnóstico de asma es fundamentalmente clínico y se confirma mediante una espirometría y una prueba broncodilatadora. En niños pequeños (preescolares) el diagnóstico es más complejo, porque es más dificultoso realizar pruebas de función pulmonar, como la espirometría. Sin embargo, en niños a partir de los 6 años tiende a lograrse de la misma manera que con los adultos”, aclaró la Dra. Giubergia.
Hay niños con asma que llegan a la vida adulta sin diagnóstico, aunque muchas veces los síntomas sugestivos de asma se inician durante los primeros años de la vida. Cerca de 4 de cada 10 niños que presentan sibilancias al respirar ante infecciones respiratorias se les diagnostica finalmente asma en los años subsiguientes. Por otra parte, es crítica la determinación de la gravedad de la presentación de asma en cada paciente. El seguimiento a largo plazo de niños que entre los 7 y 10 años presentaban asma parece confirmar que la gravedad de su cuadro se mantiene con el tiempo: quienes desarrollan asma grave en sus primeros años escolares tienden a tener asma grave también en la adultez.
“El asma grave, por definición, es aquella que no logra ser controlada a pesar de la adherencia a la terapia adecuada en dosis máximas o que -aun si se logra controlarla- empeora cuando se disminuye el tratamiento de dosis elevadas; afecta a entre un 5 y un 10% de los casos”, describió el Dr. Máspero.
3. Factores desencadenantes o agravantes: Es necesario establecer si los episodios se originan a partir de infecciones respiratorias, exposición a alérgenos del ambiente (ácaros, epitelios de animales, esporas de hongos o pólenes) o a contaminantes del ambiente (humo del tabaco u otros polutantes), relación con cambios de ambiente (viajes, otra residencia), factores emocionales (llanto, risa), alimentos y aditivos, fármacos (aspirina), reflujo gastroesofágico y factores como aire frío, ejercicio o cambios de clima. También es relevante si la vivienda es urbana o rural, casa o departamento; localización geográfica y calefacción. Descripción del dormitorio (tipo de colchón, almohada, alfombras, peluches, libros). Animales domésticos (gato, perro, etc.). Tabaquismo familiar (número de fumadores, frecuencia, si lo hacen en ambientes cerrados).
El Dr. Máspero indicó: «Hay diversos agentes etiológicos, como alérgenos de interior, ácaros, epitelios animales, hongos o pólenes, que influyen en las exacerbaciones. Hay que evaluar la sensibilización alérgica del paciente y las influencias ambientales, que en muchos casos son modificables, lo que debe ser consensuado con un especialista”.
4. Impacto de la enfermedad: la patología puede generar dificultades en el paciente como ausentismo escolar, reticencia a la participación en juegos y deportes, trastornos del sueño, del desarrollo, del crecimiento y la conducta y también impactar en la familia con alteración de rutinas, pérdidas de horas de trabajo y costos económicos. Por eso también es importante entender cómo son los períodos sin crisis, si igualmente presenta síntomas o no, tolerancia al ejercicio, necesidad ocasional o frecuente de medicación, etc.
“Es necesario atender el impacto en la vida de un niño cuando no puede correr o jugar con sus compañeros; cuánto afecta al niño y a toda su familia no descansar por la noche por los síntomas y por el temor a que la dificultad para respirar empeore y deban asistir a Emergencias. Por eso es tan necesario buscar caminos para lograr el mejor control de la enfermedad, para sobrellevar su impacto en los distintos órdenes de la vida”, reconoció la Dra. Giubergia.
5. Aprendizaje: Es clave el involucramiento de la familia y del propio paciente en el conocimiento sobre la enfermedad, su cronicidad, el establecimiento y seguimiento de un plan para el control del asma, junto con el profesional de salud, que incluya además la adecuada administración de los medicamentos, y pautas concretas sobre cómo actuar ante una crisis.
“Aquellos niños que no logren controlar su enfermedad con los tratamientos habituales, estarán en riesgo de presentar mayor número de crisis, pueden requerir internaciones y reiterados cursos de corticoides sistémicos, cuya sumatoria podría generar riesgos para la salud a largo plazo”, sostuvo la especialista.
Las buenas noticias en cuanto al tratamiento
En cuanto al tratamiento, las noticias son esperanzadoras. Cada vez la medicina cuenta con mejores opciones terapéuticas que contribuyen a mejorar la salud y la calidad de vida de los pacientes y de su familia. Por ejemplo, en un evento para profesionales de la salud, se presenta hoy la indicación que el biológico dupilumab (presente en nuestro país desde 2019) había recibido pocos meses atrás, para niños de 6 a 11 años como tratamiento de mantenimiento complementario para el asma severa causada por inflamación de tipo 2, cuando no se logra controlar con el tratamiento estándar.
Esta medicación demostró, en un año de tratamiento, reducir un 65% las exacerbaciones en niños de 6 a 11 años con asma moderada a severa no controlada y produjo una mejora rápida, sostenida y clínicamente significativa de la función pulmonar desde los 15 días de tratamiento.
“Para una población que tenía opciones terapéuticas limitadas, es un avance significativo disponer de tratamientos innovadores, que logren controlar la fisiopatología del asma grave de manera más eficaz, pero también con un mejor perfil de seguridad. Es una buena noticia que la ciencia siga avanzando y podamos contar en el país con innovaciones terapéuticas de este tipo”, completó el Dr. Máspero.
Fuente: NA